domingo, 13 de noviembre de 2011

Radio Celeste

         LUZ DE INVIERNO (EN EDIMBURGO)

Ya entrado el otoño con sus ansias de invierno, los días comienzan a dar señales de lo que nos depara cuando, aquí en Edimburgo, estos se conviertan en casi una anécdota para dar prioridad a las noches.
Pero que los días se afanen en lo breve no quiere decir que la luz no haga de las suyas. La luz siempre es luz, afortunadamente.

En Diciembre, el día nos sumerge en unas horas que son mañana y tarde al mismo tiempo, desde que sale el Sol hasta que se pone, apenas varía. Un Sol que, a sabiendas de lo que le toca, no se toma ninguna molestia en ascender más allá de lo estrictamente necesario. Pasea discreta y humildemente sobre el horizonte, bordeándolo. Y durante esas horas su luz se nos revela tenue, levemente anaranjada y sutil, como si tuviera la noble misión de crear el mundo, o recrearlo tal vez, para volverlo a apagar un poco más tarde. De hecho, en más de una ocasión, al contemplar el reflejo del Sol sobre los edificios de piedra que hay frente a la explanada del castillo, he llegado a creer por un instante que amanecía cuando, en realidad, era el atardecer y no otra cosa lo que estaba presenciando.

Esa luz de la que hablo es solo parte de la magia que envuelve a esta tierra. Y aunque en mi interior palpite con mayor fuerza otra bien distinta –la del Sur-, no permito que la morriña me distraiga del disfrute que supone este aquí y este ahora. No tendría mucho sentido tener mi cuerpo en un sitio y, sin embargo, mantener la mente anclada en mi tierra natal. Eso equivaldría, en cierto modo, a no estar realmente en ninguna parte, lo más parecido al limbo. A la morriña hay que dejarle su espacio, su pequeña concesión poética; pero a ser posible, nada más. Ya habrá tiempo para volver. Espero.