domingo, 13 de febrero de 2011

Radio Celeste

                             HISTORIAS DE AMOR MÍNIMO


Se trata quizás de la historia de amor más frecuente y, si no me equivoco, sobre la que menos se ha escrito.

Me refiero a esas historias de amor pequeñísimas que apenas duran unos minutos, que suelen transcurrir en lugares públicos y en las que rara vez, muy rara vez, median las palabras. Algunos de estos amores, casi todos, resultan efímeros incluso en el recuerdo, por lo que acaban pasando rápidamente al olvido. Otros, en cambio, de un modo que casi me atrevería a calificar de misterioso, no se olvidan nunca y de vez en cuando asoman a la memoria.

Estas pequeñas historias nos brindan un amor inofensivo, sin compromiso, un amor minúsculo que en ocasiones nos invita a soñar. Y lo mejor de todo: el desengaño no tiene cabida.

Estoy convencido de que todos, o casi todos, tenemos algún amor de estas características escondido en los entresijos de la memoria. ¿Qué no? A ver, refresquémosla un poco:

Quizás tuvo lugar en un breve trayecto en tren, o en metro, o en una nave espacial rumbo a La Luna, lo mismo da; y en ese momento ella estaba sentada, por ejemplo, en el asiento de enfrente. Es mona –piensas-. ¡Qué coño, es guapísima! Bueno, no realmente, pero sí. La encuentras bella, única en ese momento, y a buen entendedor pocas palabras bastan. La discreción de un libro entre sus manos parece apartarla del mundo pero tú, sin su permiso -y quizás sintiéndote un poco culpable por ello-, te has colado tímidamente en el suyo. Por un lado te gustaría que se diese cuenta de tu presencia, tener la oportunidad de ser posiblemente correspondido; que te mirase, aunque solo fuese un instante. Pero no haces nada, te conformas con rescatar cada detalle, observarla con atención y aprenderla como quien aprende la más bella lección de Geografía, consciente como eres de la brevedad que os acecha.

No sabes por qué, pero es como esos amores de biblioteca. Sabes que envueltas en el diálogo silencioso de la lectura, del estudio, pueden conquistar fácilmente tu frágil universo.

Llegas a tu parada. Por un instante piensas en no apearte, en permanecer allí unos minutos más, en quedarte con tu bella desconocida. Pero de sobra sabes que eso es una estupidez. Para ella no has sido más que un hombre invisible, ni siquiera se ha dado cuenta de que estabas ahí.

Se abren las puertas. La miras solo un momento –lo que dura un parpadeo- antes de abandonar el vagón. No hay el más mínimo atisbo de drama, ningún corazón va a salir herido en esta historia, pero no puedes evitar mirarla nuevamente. No sabes cómo despedirte de a quien ni siquiera te has presentado.

Finalmente, ella desaparece en el interior del túnel. Y tú, como acabando de despertar de un leve sueño, regresas a la prosa cotidiana que cada mañana te escupe de la cama.
Miras la hora en el reloj de la pared. Debes darte prisa, no vaya a ser que con tantos gorriones llegues tarde a la entrevista de trabajo.



1 comentario:

  1. Mi pequeña aportación en vísperas de San Valentín. Y sin ánimo de lucro ;-)

    ResponderEliminar