domingo, 30 de enero de 2011

Radio Celeste

                                        EL PUERTO


Hace unos años pasé varios meses viviendo en un hostal de mala muerte situado en el centro de Edimburgo, un hostal juvenil al que llegué a llamar “hogar”  a pesar de sus inconvenientes, que no eran pocos.

Ya no vivo allí. Sin embargo, de vez en cuando me gusta pasar por su puerta, como si yendo a los sitios fuese posible viajar en el tiempo. Paso por allí, y aunque soy de los que se aferran al presente, admito sentir cierta morriña: me falta una guitarra, alguna lata de cerveza, algún que otro amigo…

Ya entonces, cuando yo formaba parte de su fauna humana, tenía cierta sensación de vivir en un puerto. Llegaban y partían personas procedentes de todos los rincones del planeta; incluso individuos de otros mundos, diría yo.

A todo se hacía uno, pero a veces ese ir y venir podía llegar a cansar un poco, sobre todo si llegabas a sentir cierto apego por algunas de esas personas. De este modo pasaba uno a convertirse en algo así como un coleccionista de despedidas.

Hace más de un año que no tengo aquí a ninguno de aquellos primeros compañeros, aquellos que nos apoyábamos mutuamente en nuestra condición de recién llegados, aunque sólo fuese yendo a tomar una cerveza para despejarnos; resultaban agotadoras aquellas primeras semanas en tierra extranjera.

Sin embargo, a pesar de los cambios y de no vivir en el hostal desde hace mucho ya, aún permanece en mí esa sensación de encontrarme en un puerto. Ya no veo marineros ir y venir constantemente portando banderas de mil países. Pero continúan las bienvenidas, les suceden sus correspondientes despedidas, y uno permanece aquí, viéndolos llegar, cumplir su misión, y partir para continuar dándole sentido a sus vidas.

Pero no sólo hablo de personas. Se lo comentaba a un amigo por carta hace unos meses: es también la ciudad. Aquella ciudad del primer año, a veces no me parece la misma. A pesar de los mismos edificios, las mismas calles, el paseo por el río, la línea 26 para ir a Portobello… A veces parecen pertenecientes a un universo paralelo, clónico, gemelo, exacto, pero que ya no es el mismo ni volverá a serlo nunca más. Y es que mi vida no es la misma, yo no soy el mismo…

He ahí el quid de la cuestión. No importan el donde ni el cuándo.  El puerto le acompaña a uno. Si algo aprendí de la Física y de sus primeras nociones de Relatividad, es que uno mismo es puerto y marinero a la vez.

Posiblemente algún día sea yo quien me marche de esta tierra, y serán otros los que se queden. Sin embargo, vaya donde vaya, ese tránsito de personas y universos paralelos deberá continuar para que la vida siga siendo vida y para que uno siga creciendo. Y amando.

Y es que jamás se despide uno de aquello que no ha amado alguna vez. Y de aquello que ha amado, uno jamás se despide del todo...

 Pedro Pérez Linero


3 comentarios:

  1. :)
    Seguro que el spaguetti sigue pegado al techo de la cocina, testigo de esas idas y venidas...

    Un abrazo a los habitantes del Princess St backpakers que hemos dejado un cachito de nosotros entre toda aquella "dodginess"

    ResponderEliminar
  2. Que voy a contar de ese antro tan magico... de hecho yo conoci a una de las marineras que atracó en ese puerto y con ella sigo dando vueltas por los mares, la vida. Y de todas las banderas que pasaban por alli, casualmente esa marinera llevaba la misma que yo.

    Aunque los dos, por muy marineros que seamos, somos de agua dulce que a la primera ola nos poenemos verdes.

    No se yo si ya no queda nadie por alli eh! seguro que si barren un poco o levantan alguna alfombra, aun sale Darren por alli :)

    Muchos saludos a los backpakers & Co. y no dejeis nunca de ser puertos y marineros.

    ResponderEliminar
  3. Me ha encantado tu cuento Pedrín. Ya estoy empezando a sentirme marinera en el puerto de Edimburgo, es cierto que no seremos los mismos cuando partamos de aquí. Lo noto, mi vida en Edimburgo me ha cambiado y me seguirá cambiando, espero q para bien...

    ResponderEliminar